Literatura coreana

El ave y los estándares*


1. Preámbulo
Empezaré confesando que al principio de mis lecturas de los libros que nos han reunido me sentí, en alguna medida, desorientado. En español la palabra desorientado deriva de oriente. Estar orientado significa saber dónde está el oriente, pero su significado profundo es tener la certeza de dónde estamos y hacia dónde vamos. Nuestro idioma ha otorgado a la idea de Oriente esa y muchas otras virtudes. “De Oriente viene toda la sabiduría” escribió Oscar Wilde y ser sabio es, sin duda, estar orientado en los avatares de la vida.

Comentar cada libro, a veces, implica encontrar un sitio de observación, un punto de referencia y yo no encontraba de dónde asirme; los nombres siempre son vínculos con una cultura en particular y en este caso me resultaban muy lejanos; los detalles de las circunstancias históricas me eran desconocidos. No encontraba en el estilo de los autores nada que me condujera a algún lugar que mis afectos encontraran familiar. Para colmo me sabía ante una traducción. Las traducciones son los fantasmas más amables de la comunicación, pero fantasmas, al fin. Estaba, entonces, ante la sorpresa de lo ajeno y, sin embargo, me sentía tremendamente cómodo, pues bastaba con dejar de buscar lo conocido para empezar a apreciar lo desconocido.


Antes de hablar individualmente sobre cada autor quiero resaltar un hecho que me parece fabuloso y es cómo el Korean Literatura Translation Institute arropa y protege a sus autores y, al mismo tiempo, es increíblemente cordial con el lector. Me refiero a los dos folletos independientes de los libros que se han preparado especialmente, y los cuales contienen una selecta muestra de la obra del autor, como es natural, pero también la propia voz del autor que ora es entrevistado, ora ensaya sobre sus convicciones. Además contienen la voz de críticos literarios como Kim Dong-shik, profesor de la Universidad de Inha; biografía y bibliografía: es decir, no sólo introducen la obra de sus autores en otra lengua, sino allanan el camino al lector con ediciones colaterales críticas y, en este caso, didácticas. Y por ello mismo les adelanto que sería muy difícil para mí superar o profundizar, con una presentación, más de lo que ya logra la selección de textos que tiene cada uno de los dos folletos; aunque también, esa circunstancia me brinda la posibilidad de comentar algo más que novelas y relatos, también podré divagar sobre algunas ideas literarias que los autores expresan. Por lo demás, me amparo en lo valioso que tiene la experiencia de la lectura, que es individual pero digna de compartirse.


2 El ave


Creo en aquello de que los libros eligen a sus lectores, y aunque parezca coincidente mi acercamiento a los libros de Eun Hee-kyung, confieso que me sentí atrapado por la lectura de su novela El regalo del ave (Emecé, 2009) literalmente atrapado, no metafóricamente, y lo digo, en principio, por dos razones: yo he desarrollado últimamente una aversión a los roedores; ahora bien: la novela comienza con la minuciosa descripción de una rata, pero es tan cautivador el estilo de Eun, que yo no podía dejar de leer aquello que, en la vida real y en mis pesadillas, me repulsaría. Más adelante la misma novela cuenta, entre las muchachas historias que contiene, la anécdota de Chang-gun, un niño que por curioso resbala al fondo de una fosa séptica y cae entre la mierda: el rescate y las consecuencias son narradas con detalle. Aunque una anécdota tan terrible nunca me sucedió, recordé que cuando fui niño y visité mucho un pueblo de aquí, de Jalisco, llamado Amacueca donde tengo tíos y primos: había una fosa séptica en su casa; un tablón con dos agujeros era el excusado, un agujero pequeño para los niños y uno grande para los adultos. Yo, sentado sobre el agujero pequeño pensaba que bastaría un error, sentarse en el grande para caer al fondo y eso debía ser el infierno. Encontré ese infantil infierno de caca en la historia de Chang-gun.


Podrán juzgar que mis historias no son pertinentes ahora, pero lo que quiero decir con ejemplos es que cada lector que sea elegido por una novela de Eun Hee-kyung, encontrará fragmentos y variaciones de su propia historia. Eso es algo muy íntimo que puede pasar dentro de una lectura y lo más importante es que me ha sucedido con un libro que por principio me pareció distante y ajeno.


El lector de El regalo del ave notará que, más que describir la maldad de sus personajes, Eun nos comenta, con lujo de detalle, los defectos que dan razón de ser a cada personaje; y lo que súbitamente resulta evidente es que la belleza que logra no se encuentra en el balance entre defectos y virtudes, sino en la lente de aumento con la que nos acerca a esas minucias. La belleza surge de la delicadeza que implica mirar algo de cerca.


Uno puede asombrarse de la malicia que tiene la niña protagonista de El regalo del ave, pero esa niña de mirada astuta y vil se apodera de nuestra compasión, porque ella tampoco ha sido bienvenida al mundo hostil y defectuoso que la hospeda.


La autora nos ofrece por epígrafe un poema de Jacques Prévert, el cual se titula “Regalo de un ave” y cito:


El viejo loro


Vino trayendo sus semillas de girasol


Y el sol entró en su prisión de niño


Los versos de Prévert tienen alegorías poderosas: el loro viejo, suena sabio y ligero. La semillas siempre nos vinculan con la esperanza, pero lo importante es lo que ocasionan y dónde lo ocasionan: el sol entrando mágicamente a la infancia que es a la vez una prisión. Es hermoso y triste. Coincide con el realismo melancólico, pero no exento de esperanza de la escritura de Eun.


Como ya lo festejé, los folletos contienen ensayos. El de Eun presenta un ensayo titulado: "El ser humano, incoherente; el mundo, un misterio; y la literatura, una cuestión". En tal ensayo Eun dice algo con lo que estoy completamente de acuerdo y la cito:


“Para mí, un escritor ya no es un maestro o un mentor, sino otro contemporáneo que registra las angustias de una época”


Lo suscribo pues también pienso que un escritor, en algunas épocas de la historia, podrá ser, o sería deseable que fuera, maestro o mentor, pero nunca debe dejar de ser ese contemporáneo que registre con toda su habilidad e inteligencia las angustias de su tiempo, que a la vez son las propias.


Aplicando a ella su propia definición de escritor, Eun es a todas luces una escritora que sin proponerse ser nuestra maestra nos enseña nuestras angustias y que sin ser nuestra mentora, su escritura pone el ejemplo que nos lleve a manifestar aquello que nos hace infelices, y también lo que vale la pena vivir.


El título del ensayo es muy revelador en la obra de la autora. Pareciera que marca su punto de partida y conjetura su meta, pues quisiera descubrir la coherencia del ser humano; lograr, a fuerza de escribir, desentrañar el misterio que es el mundo; y encontrar la literatura como una respuesta y no como pregunta.






3 Los estándares

En la lectura de Park Min-gyu experimenté en menor medida esa sensación de extrañeza ante un mundo ajeno y fue porque la materia de sus cuentos me implicaron de una manera más urgente: la presencia de superhéroes y naves extraterrestres me resultaron divertidas y me vi de inmediato inmerso en el remolino que significa la vida moderna y en el cual entramos sin preguntarnos si verdaderamente queremos ser parte de ello.

Al leerlo es evidente que Park le ha declarado la guerra a todo aquello que pueda ser reducido a un mero convencionalismo: le ha declarado la guerra al erotismo, a la ternura y a la idea de la razón, pero no le ha declarado la guerra al humor y de forma muy particular el sarcasmo es su aliado y su antídoto contra una forma de vida frívola y autómata.

Sus cuentos y relatos también se alejan de la estructura canónica que busco reconocer en todo narrador y lo que encuentro es una versión modificada, pero efectiva en su objetivo. Yo diría que su intención narrativa es provocar, desafiar al lector y su fin último es ocasionar la reflexión del lector sobre la vida moderna y sus muchos aspectos insufribles y a la vez irrecusables. Me recordó a un filósofo que es un entrañable cuentista: el polaco Leszek Kolakowski, pero Park no tiene, y estoy seguro que no desea, esa solemnidad lógica y demostrativa de los cuentos de Kolakowski y sin embargo los cuentos de ambos tiene en mí un efecto parecido, me orillan a una reflexión audaz y vertiginosa que termina en el abismo de la utopía, pues el problema que suelen enfrentar es enorme, inabarcable.

A Park le preocupa la vida moderna y cómo el sistema capitalista nos orilla a vivirla. Su novela breve Los estándares coreanos ha sido incluida en el libro: Ji-Do. Antología de la narrativa coreana contemporánea (selección de Kim Un-kyung y Oliverio Coelho, editorial Santiago Arcos, 2009), y el laureado folleto también lo incluye, como también contiene un desenfadado ensayo suyo sobre la propia obra en la que afirma: “Los estándares coreanos es una novela sobre el infortunio.” Y efectivamente hay algo de inamovible, algo de fatalidad en el mundo que critica, algo que podríamos llamar “Destino” pero quizá la palabra destino no sea la que mejor describa el mecanismo de la narrativa de Park, pues en español, la palabra destino está cargada de un peso casi gratuito: implica un futuro terrible o glorioso, pero nunca mediocre y Park se alía con los que son derrotados por el sistema.

Infiero la queja que Park tiene contra el sistema capitalista: que falsea la tragedia y falsea la comedia, por lo tanto vivir se vuelve un acto de inconsciencia, sometida por estándares de “calidad”, y esa turbia mediocridad está a la vuelta de la esquina disfrazada de algo más, acechándonos. La escritura de Park se convierte entonces, como Clark Kent, sin dudar, pero también sin haberlo elegido, en el superhéroe que nos salve.

Esto es lo que quería decirles sobre estos dos fecundos autores. Gracias.




*Texto leído en la FIL, en Guadalajara, el 28 de noviembre de 2010.


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