ZOZOBRA

Para yacer en el lecho de mi derrota,
falta aún encarar la suma de los peldaños.
EPIFANÍAS CLAUSULARES
Orfeo López Salazar


Nada más atractivo que esos riscos; el canto de los arrecifes embriaga más que el de las sirenas. Navego hacia la tierra del naufragio, no buscando el suicidio sino quemar las naves de mi circunstancia; espero que entre las rocas surja el chispazo de agua que averíe mi necia ruta y envuelva este barco mío en llamaradas de agua salada. Navego; me apresuro a encontrarme con el avión kamikaze que me hunda. Preciso perfeccionar su puntería. Lo aguardo y lo procuro con los brazos abiertos como el primer forcado de la fila recibe al toro de lidia: mi pecho amortizará el golpe de su ciega frente y me prenderé de su cuello. Sé que necesito ser traicionado para abominar de esa confianza en la vida que merma todo destino; y es la Naturaleza la traidora idónea: sean las leyes de la física las que pongan el casco por encima de la cubierta: sea mi zozobra digna de una explicación.

No es distinto el barco que se va a pique del dirigible que soltando peso se eleva. Los dos se alejan en direcciones opuestas, los dos pierden tierra, naufragan a su modo en profundidades diferentes, los dos viajan a los sitios que no aceptan pasajeros.

Zozobrar es viajar; una prolongada partida hacia la dispersión. Quizá el fin último de todo viaje sea encontrar este contratiempo que anula el tornaviaje. Magallanes supo que al otro lado del globo estaba su muerte, y que esta era inabarcable. Tal vez en ese sordo aviso geográfico se anunciaba ya el fracaso de las matemáticas ante la circunferencia, y pi sea la zozobra de un Magallanes numeral que en su naufragio no termina nunca de definir su viaje circular.

Viajar es zozobrar a cada paso, es comerciar en desventaja con el mar; intercambiar los flotantes viáticos por fatiga y desesperación; renunciar a todo equipaje: acaso también dejar la memoria como estela espumosa y el lastre del nombre. También dejar atrás el cuerpo con tal de viajar más liviano. A cada brazada mis brazos serán otros y, por cada bocanada de aire, un nuevo nombre bautizará mi novísima memoria. Tanto requiere hundirse que naufragar es un milagro que no consigue un hombre solo. Acaso juntos lo lograríamos, quizá hace mucho que conseguimos que el planeta entero naufragara y no nos damos por enterados, mientras el mundo se hunde por los abismos del cosmos.

No hay mayor ansiedad que la de saberme completamente a salvo; por eso naufrago voluntariamente en el vasto y plomizo mar de concreto, intento asirme a mi portafolios para no hundirme entre las olas de gente. Corrientes de palabras me jalan hacia los filosos peñascos de la retórica. En medio de mi zozobra vislumbro tierra firme más allá de esta última palabra. Si lograra llegar, ahí sabría reconstruir mi silencio.

No hay comentarios.:

Seguidores