Francisco Tario amó lo exuberante
tanto como lo hermético. Prueba de su
exuberancia fue su cabeza siempre rapada cual si quisiese exhibir los propios
pensamientos, ser cristalino ante la propia mirada. En el otro extremo estaba
su seudónimo literario ocultándole del mundo, resguardando de autorías a
Francisco Peláez Vega. Hablar de él es asumir esa bipolaridad casi insostenible
entre la fama y el anonimato, la articulación de la palabra y el silencio, la
afirmación de un pensamiento y la válida negación del mismo.
Tario nació el 2 de diciembre de 1911, en la ciudad de
México; años de su juventud los pasó en Llanes, España. Años de su madurez
transcurrieron en Acapulco. Fue pianista, astrónomo y naturista, portero del equipo
de futbol Asturias y frontenista.
Como escritor abordó casi todos los géneros conocidos
de la escritura. Gustó de los viajes mientras existieron los trasatlánticos y
los ferrocarriles placenteros y su constante viajar lo dio muchos lugares
queridos y una lengua con variados acentos. Por todo ello asumir que tuvo una
sola patria significaría limitarlo. Es de suponer que no renunció a tener una,
sino que armó la propia con sus días y proyectos: una patria con el aire
matinal de Llanes y los atardeceres de Acapulco, con plácidas lecturas y
temeraria escritura; fue un expedicionario de la literatura fantástica cuya
patria es la imaginación.
Si precisamos ubicar a este autor en un lugar y un
momento histórico, este debe ser el México literario en cuyo escenario
brillaban las figuras de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Si bien sus lectores
no abundaron los tuvo memorables y memoriosos, como Alí Chumacero, José Luis
Martínez, Octavio Paz y también, quien fuera uno de sus más tenaces promotores,
Edmundo Valadés. Aunque es preciso notar que cada libro que Tario escribió y
publicó, lo hizo sin anteponer el poco o mucho éxito que ante la crítica
pudieran tener, pues la idea de vivir de la escritura no lo desveló.
México está en sus páginas, pero oculto, no es el México
que en esos años la historia nacional promueve, no es el México revolucionario,
ni pobre, ni fanáticamente religioso; es un México aristócrata y fantástico:
hay violencia, sí, pero dentro de la reflexión. Únicamente hay necesidad de
crear artífices y sólo es fiel a sí mismo. Baste comparar los fantasmas de
Tario a los de Rulfo, los primeros son alegres, nómadas, parten de una
Inglaterra sobre poblada de fantasmas para recorrer el mundo como gitanos; los
segundos permanecen cautivos en el infierno circular de un pueblo, son el eco
de sus culpas, penan sólo para atormentar a los vivos.
La
compasión, la risa, el afecto, la soledad, son
temas comunes en todo escritor, pero en Tario están en función de una
meta elemental: vivir. Vivir y lograr que su escritura haga vivir al lector. El
lenguaje es un objeto punzocortante que, si bien primero cosquillea, siempre
termina por herir a sus personajes y con ellos al lector: aún entonces la
agresión no tiene más objeto que lograr una reacción vitalista, salvadora; una
llamada desesperada al embelesado personaje y al adormecido lector. Porque
–resulta evidente– existir cansa, entumece, inmoviliza, y la escritura de Tario
lucha por no caer en ese sopor; hiere porque sólo en la herida esta la
demostración de que todavía queda vida.
Tario, cuentista.
El 24 de diciembre de 1942 –como lo indica el colofón–
se terminó de imprimir el primer libro de Francisco Tario, titulado La noche.
Con él inicia una de la obras más imaginativas, sugerentes y poco difundidas de
la literatura mexicana. Es un libro compuesto por quince cuentos, unidos de diversas
maneras por la noche. Quizá todo primer libro siempre es un laboratorio de
experimentación y un inconsciente muestrario de obsesiones: Tario, lejos de ser
la excepción es el ejemplo, pues aunque intenta en cada cuento –más aún, en
cada libro posterior– producir un efecto, un sentimiento distinto e irrepetible
en su lector, revela una de sus obsesiones: explicar la noche. Tres años más
tarde publicaría en Equinoccio este lamento que acaso haya escrito mucho
antes:
Nadie ha explicado
satisfactoriamente lo que es la noche. Y mucho peor que nadie, del modo más
brutal y rudimentario, los astrónomos. ¡Oh, qué tiene que ver la noche de los
prostíbulos, y los templos cerrados, y los hospitales, con la noche de que
hablan los astrónomos!
Los cuentos de La
noche intentan esa explicación fantástica entre jardines y cementerios, una
noche habitada por personajes siempre marginales e infames: una gallina, un
perro, un indio, cincuenta libros. Hay tanta vitalidad en los cuentos de Tario
que cobra vida un féretro, un traje, un barco. Viven y hablan, pues el
lenguaje, más que la respiración, es la prueba de estar vivo.
Si comparar ayuda a describir la calidad de un autor: La noche del muñeco es, por la tristeza
que embarga la fealdad de su personaje, un cuento equiparable a El natalicio de la infanta de Oscar
Wilde, sólo que mientras en éste el enano toma dolorosamente conciencia de su
fealdad ante un repentino espejo, el muñeco de Tario sueña que, a pesar de su
triste aspecto, todavía puede tener un hermoso destino, aunque ese destino sólo
sea soñar. Son muchos los cuentos de este libro que no pertenecen al género
fantástico o mejor dicho que poseen las propiedades fantásticas de las fábulas
y sin embargo la gran mayoría ostenta una extrañeza que hace de la prosa de
Tario algo único. En “La noche del
hombre”, por ejemplo, el narrador
afirma: … el mar es un terrible misterio, no menor tal vez que el de la
muerte… mientras refiere el fugaz
encuentro con un oficinista maduro en la playa y –sin saberlo del todo– asiste
a las últimas horas de vida de aquel hombre que nunca antes había mirado el
mar. En ese mismo tono melancólico escribió el relato Yo de amores qué sabía publicado en
1950.
Julio Cortázar insistió en la importancia de saber leer
un cuento, en la concentración, la lentitud y el paladeo de las relecturas que
permiten asimilarlo, como se asimila un poema y muy lejano a la voracidad que
implica leer una novela. Los cuentos de Tario merecen el ejercicio de esa
sabiduría.
Dieciséis años después, en 1968, aparecería un nuevo
libro de dieciséis cuentos y sería el último que publicaría en vida: Una violeta de más. En toda la obra de
Tario existen sutiles conductos comunicantes que pueden ser variaciones
temáticas recurrentes, estrategias narrativas o incluso personajes. Un
recordado comentario de José Luis Martínez dicta: “Las obras de Tario prefieren, antes que continuar una tradición,
crearla por sí misma”. Y, ciertamente, esa preferencia le convirtió en
precursor de sí mismo: Tapioca Inn:
Mansión para fantasmas es precursor de Una
violeta de más.
En la minificción de “Música de cabaret”, que comienza
así: “Era repulsivo y extraño a la vez
aquel insignificante niño de un centímetro de altura. Ya encontramos la
idea primitiva de “El mico”. “La semana escarlata” es un antecedente directo de
“Como a finales de septiembre” en cuanto a variación temática de superponer
planos oníricos a planos reales y también antecede en cuanto a estrategia
narrativa al más célebre de los cuentos de Tario: “Entre tus dedos helados”, pues los personajes entran y
salen del sueño y un acoso policial rige sus atmósferas, aunque en el primero
es una maldad satisfecha y castigada; en cambio “Entre tus dedos helados” es
mucho más perturbador, una pesadilla perfecta de enorme mérito visual y
argumentativo como una obra kafkiana filmada por Orson Welles.
El título Una
violeta de más es un misterio que no se revela entre sus propias páginas;
pero en Breve diario de un amor perdido se puede leer la siguiente
frase:
… violetas de
perfumada piedra son para el hombre los días vividos.
Los días vividos son violetas de perfumada piedra: Una
violeta de más, es decir un día vivido de más, seguramente aludiendo al
tiempo que Tario sobrevivió tras la muerte de su esposa, Carmen Farell, a quien dedica así su
libro:
Para ti, mágico fantasma, las que fueron tus últimas
lecturas.
Tiempo que quizá sintió estaba viviendo de más. De ser
así, su primer libro explica la noche, y el último, el día.
Fragmen–Tario
Quizá el anonimato
editorial que acosó a Tario fue en parte producto de una incomprensión genérica.
Borges decía que los géneros existen en medida que existen las expectativas del
lector y aquel que hubiera esperado leer un reato en La puerta en el muro hacia 1946, debió haber creído que el autor
de aquel texto estaba enloquecido. Y no. Acababa de inventar un género que de
aquí en adelante llamaré “Fragmen–Tario”. Equinoccio, publicado también en 1946, nutre tal género,
conjunción aleatoria y deliberada de elementos como la minificción:
No vuelven los muertos.
– ¡Bah! ¿Y aquel señor de etiqueta que me presentaron anoche
en tu casa?
Con el aforismo:
En flor –mas no el árbol bajo el cual te sentabas, sino tú
misma.
La sentencia:
Hablad pensando en el que nace o muere y ningún Buda os hará
una mala pasada nunca.
Y el poema en prosa:
Así te
hablaba. Mas si hablara de ti a los demás diría que eras una hermosa especie de
flor impura o de súcubo inmaculado. Mas prefiero guardar silencio y abrir bien
los ojos durante la espesa noche por ver si apareces contra mi ventana igual
que una mariposa amarillenta, con las aletas de la nariz desplegadas.
Los mensajes contenidos en los fragmentos de Equinoccio están unidos por un tono, una
manera de decir que recuerda por momentos a los Robaiyyat del poeta persa Umar Khayyam; en ambos, por ejemplo, el
llamado del placer es una estrategia ciertamente desafiante por vivir: es
preciso negar tanto el irrevocable pasado como el incierto futuro para poder
vivir el presente.
Equinoccio es
un libro que hoy en día Tario hubiera podido escribir vía Twitter, pues tiene
el mismo molde de brevedad y aparente independencia temática que adopta la
literatura en esta red social. Así, en Equinoccio
las ideas tienen vínculos desordenados: si filosóficamente su más fuerte lazo
es el desdén que siente por todo lo que contraría la naturaleza humana;
estructuralmente su fraseo son esos saltos tan afines al proceso del
pensamiento.
Tario ya había experimentado antes en un texto cuya
continuidad operaba por asociación de ideas como había sido “La noche de los
genios raros” incluido en La noche y
lo fragmentario adoptaría más tarde el pulido rostro de minificciones reunidas
en el texto “Música de cabaret” integrado en Tapioca Inn: Mansión para fantasmas.
Con igual estrategia
narrativa, pero centrado en el duelo amoroso, escribe Breve diario de un
amor perdido, publicado en 1951,
mismo año en que vio la luz otro libro “Fragmen–Tario” con fotografías
de Lola Álvarez Bravo y textos de Tario, titulado Acapulco en el sueño. En él los textos breves de Tario no tienen
la común carga del extrañamiento que en solitario podrían generar al lector,
pues éste los encuentra ora soportados, ora confabulados con las fotografías y
tanto los textos como las imágenes expresan un discurso igualmente fragmentario
e instantáneo, son afines y se conducen por incesantes asociaciones de ideas.
Una de esas fotografías tomadas por Lola Álvarez Bravo
ilustra peculiarmente el carácter espectacular y onírico del autor. Muestra a
Francisco Tario vistiendo un traje gris y un sombrero de ala ancha, con lentes
negros, un puro en la boca, en una mano una maleta y en la otra un paraguas sin
desplegar, parado en la cubierta de un barco que naufraga.
Tario: dramaturgo
Entre los libros de
Francisco Tario que se publicaron póstumamente hubo uno que reunió sus piezas
teatrales hacia 1988: El caballo
asesinado y otras obras de teatro. Escribir teatro fue para Tario una forma
tan natural de expresión como la narrativa o el aforismo: de hecho, su narrativa
se vuelve dramaturgia de manera casi imperceptible en las minificciones de
“Música de cabaret”. El caballo
asesinado, Terraza con jardín infernal y
Una soga para Winnie son las tres piezas teatrales que conforman dicho
libro. En ellas el valor es doble, pues son obras deliberadamente absurdas y
divertidas, pero además resultan reveladoras respecto a la obra total de
Francisco Tario.
Acceder al teatro de Tario es penetrar un laberinto de
referencias, auto referencias e incesantes propuestas literarias. En El caballo asesinado la aparición de
Sherlock Holmes investigando un crimen es clara referencia, que el presunto
sospechoso del crimen investigado tenga el apellido Joergensen igual que su
protagonista del cuento “Aureola o alvéolo” es autorreferente (aunque el
primero se llame Jonathan y sea escocés y el segundo un noruego llamado
Gustavo), al igual que ambos sean buscadores de fantasmas; que la condición de
mortal supla en terror y pánico a la que produce la aparición de un fantasma al
presentarse ante los otros personajes, o que exista la posibilidad de cometer
un asesinato durante un sueño, (idea que retomará en el cuento “La semana
escarlata”) son, en suma, algunas de las muchas propuestas literarias que
pululan en estas piezas dramáticas.
Es habitual en la dramaturgia la creencia de que un texto
gana cuanto menores son las acotaciones e indicaciones que hace el autor sobre
el desempeño histriónico que los actores deben tener al momento de interpretar;
en las piezas de Tario las acotaciones tienen un matiz inesperado y más que
sugerir un gesto agregan una imagen la cual puede llegar a ser irrepresentable.
Por ejemplo dice: “Trae en la mano un
respetable fémur” ¿Cómo dotar a un hueso de la cualidad de respetable?
Tario no busca complicar la vida de sus futuros directores sino que genera
textos teatrales que no sólo funcionen en el escenario, sino en la lectura
misma. Más que proponer un exclusivo teatro de atril, Tario espera que el
lector de su pieza disfrute tanto como el espectador del montaje aunque por
razones diferentes.
Es un teatro absurdo aunque no porque le interese lo
absurdo como lenguaje o como tema, sino porque sólo desde ahí puede contemplar
a distancia lo racional y lo irracional, para convertirlo inmediatamente en
algo más hermoso y menos exigente con la cotidianidad humana.
Tario, novelista
Invirtió tres años en
escribir su primer una novela, titulada Los
Vernovov y apenas la terminó fue a
parar al fuego. En 1943, cuando sólo han transcurrido meses de haber aparecido La noche, publicaría por vez primera una
novela: Aquí abajo. La trama
transcurre en la Ciudad de México, y sus personajes enfrentan un tipo de
miseria y mediocridad que sólo las ciudades propician. Antonino y Elvira, con
sus hijos, Liborio y Carlota son una familia que por la calle de
Peralvillo viven una vida apacible, sin
embargo la posibilidad de un aumento salarial en el empleo de Antonino como
periodista desencadena un ejército de tormentos cotidianos como los celos, la
indiferencia, la salud, el incierto porvenir.
Tario es un
novelista que de inmediato profundiza en sus personajes y los lleva de la
placidez al punto delirante de decir: “Daba
terror vivir”. El reencuentro de Elvira con su amor de infancia, Lauro,
primo suyo quien ha perdido un brazo, es el surgimiento de una tentación
perversa. Los cuestionamientos religiosos de Antonino, sus impresiones acerca
de un cuadro del Nazareno y su dramático final nos recuerdan marcadamente
escenas de dos películas de Luis Buñuel, entonces aún no filmadas: Nazarín
(1959) y Él (1952). Una
frase circula por la novela como un tormento: Hermano: ¿quieres confesión? Cuando lo que cada personaje busca es
expiación por pecados que no han cometido, expiación por ser como son. Las
risas burlescas que Antonino comienza a escuchar inexplicablemente y enmarcan
su desequilibrio mental se adelantan a otra novela que hoy etiquetamos de
existencialista pero que es inclasificable: La
caída (1956) de Albert Camus. Muy a su manera Tario es, correspondiente con
su época, un existencialista, aunque los personajes de Aquí abajo no son insensibles al absurdo: sufren y se destrozan
ante el sinsentido de la vida.
En la narrativa de Francisco Tario hablar de literatura fantástica o
realista es cometer una doble inexactitud y es que ante el recuento de su obra
se podría caer en la tentación de decir que como novelista fue autor realista y
como cuentista fue un autor fantástico, pero la realidad y la fantasía sólo
fueron para Tario recursos literarios en función de intereses mucho más
profundos que impresionar momentáneamente al lector. En todo caso, Tario como
estilista, busca hacer la fantasía creíble y cotidiana así como hacer de lo
real algo asombroso e inaceptable, y ese punto de intersección entre la
realidad y la fantasía la concentra el tema de la locura sobre el cual versó su siguiente novela; Jardín secreto.
Publicada en 1993 –dieciséis años después de
la muerte de su autor–, Jardín Secreto es
la más enigmática de las obras de Francisco Tario. En ella se condensan todas
las intrincadas habilidades del autor. La historia se desarrolla en una finca a
orillas del mar llamada La Encina. Narrada por Mario, un niño en la primera
parte y un adulto en la segunda, es la historia de una locura hereditaria que
trasciende. En alguna parte del Mahabharata
se dice que la locura es un camino olvidado, no erróneo ni distorsionado,
simplemente olvidado: Jardín secreto
es ese sendero oculto en la memoria del narrador y es también la historia de un
crimen que se origina más allá de los ejecutores, en sus antepasados remotos
por una locura ancestral.
Tario parece hacer en esta novela cuando menos dos postulados:
el primero propone que la infancia es y será siempre un paraíso perdido; sólo
en esta época sucede la felicidad, pero no es una felicidad eterna como tampoco
la desgracia posterior que llega con la vida adulta lo es. Finalmente, lo único
que perdura es la indiferencia, la insensibilidad.
El segundo es de varias
maneras consecuente: el hombre busca la infancia al buscar el amor, sin
entender que son dos bondades distintas. Por ello Mario y Esperanza se casan
tratando así de recuperar su amor de infancia. La búsqueda del amor será la
búsqueda de ese delito que unirá por el resto de sus vidas a los amantes como
unió –y eso Dante lo ha demostrado– a Francesca y a Paolo en el infierno.
El invierno de 1977 vio morir a Francisco Tario en
Madrid. Legó a sus lectores historias de extraña belleza. Como el clérigo
Maturin, como el capitán Burton, nunca tuvo demasiados lectores, pero también
como ellos, nunca dejará de tenerlos.
Ensayo publicado en la revista Tierra Adentro número 173-174.
2 comentarios:
Creo que su obra puede ser algo como una joya escondida y merece la pena ser conocida en todo el mundo, pero no sé como encontrar su novela "Jardin secreto". Soy italiana y aqui no se encuentra de ninguna manera. Saben como puedo hacer y si hay alguien que tiene una copia de este libro?
Gracias!
Jazmin
Hola Jazmin, estoy leyendo tardíamente tu comentario, el Fondo de Cultura económica en México publico dos tomos de obra completa de Tario, en el tomo 2 encuentras Jardín secreto.
Saludos
Publicar un comentario