APROXIMACIONES: ARREOLA VISTO DESDE CLAUDEL
Del tiempo en
que la vida me deparó la obra de Juan José Arreola, su prosa y su creatividad
poética, recuerdo con especial deleite la sección de traducciones tituladas Aproximaciones, ahora incluidas en su Bestiario. Mi ingenuidad de entonces me
convenció de que aquellas prosas no eran sino emulaciones, homenajes, actos de
un virtuosismo poético, donde el escritor de Zapotlán el Grande, conseguía el
estilo de personas que admiraba. Durante muchos años para mí Arreola fue Jules
Renard, fue Henri Michaux y fue Paul
Claudel.
No
importaba –acaso tampoco aun hoy importa– el homenajeado tanto como la belleza
del texto en sí, que Arreola ofrecía. Me equivocaba, aunque no del todo, pues
hablar de Arreola es hablar, precisamente, de Claudel y Michaux y Renard; es
traer a cuento a Marcel Schwob, es no poder evitar esta fabulosa sensación, un
poco inexplicable, de que cuando Renard escribe sobre Schwob, escribe también
sobre Arreola. Y cito de su diario un conocido fragmento traducido por Juan
Damonte:
Ayer Schwob se quedó hasta las dos de la mañana.
Era como si tomara mi cerebro entre sus finos dedos y lo volviera del revés
para exponerlo a la luz. Hablaba de Esquilo
y lo comparaba con Rodin. Analizaba "Los siete de Tebas" y la
rivalidad de Eteocles y Polinice, y el estilo geométrico, arquitectónico, de la
pieza: tantos enemigos contra tantos enemigos, tantos versos, por ejemplo diez,
para cada jefe...
En
cierto momento, la lámpara se apagó. Encendí las velas del piano y el rostro de
Marcel Schwob quedó en la sombra.
Presiento
que este joven ejercerá una enorme influencia sobre mí.
Renard pareciera hablarnos
anacrónicamente del Arreola que hemos conocido; noctámbulo conversador de finas
y expresivas manos, cuyos discursos estaban siembre enriquecidos por la
tradición clásica, capaz de convertir una tragedia griega en una partida de
ajedrez y viceversa. El Arreola que reinventa, por ejemplo, la célebre y mítica
historia de un Aristóteles anciano que es atormentado por la danza, erótica y
sublime, de una musa a la cual sólo consigue menguar cuando compone su tratado De Armonía. Esta anécdota, que para el
estudioso Gilbert Highet es una sátira medieval apenas digna de mención, para
Arreola es la ocasión de decirnos, por
boca de Aristóteles, una frase tan poderosa como esta:
Mis versos son torpes y desgarbados como el paso
del asno. Pero sobre ellos cabalga la Armonía.
Es significativo que en Aproximaciones la mayoría de los poemas
en prosa elegidos por Arreola para su divulgación en español hayan sido de Paul
Claudel. Tengo entre mis manos el libro escrito entre 1895 y 1900 por Claudel
de donde Arreola pudo haber hecho su selección: Connaissance de l´Est publicado en París hacia 1929.
El primer texto elegido por el autor
de Confabulario es “El puerco”. Claudel lo describe fielmente en sus hábitos,
nos lo presenta con el azoro y el interés que causa lo antes nunca visto.
Luego, nos propone su ética: Ni el cuerpo
puede bastarse a sí mismo, ni la doctrina que nos enseña es vana, traduce
Arreola. La frase final de esa prosa no requiere redundar en lo valioso que es
este animal:
Je n´omets pas que le sang de chochon
sert á fixer l´or.
Elegantemente, Arreola traduce:
Añadiré, finalmente que la sangre de puerco sirve
para fijar el oro.
Recordemos que estamos ubicados
dentro del Bestiario y muy
posiblemente “El puerco” fue un modelo inicial de la mecánica narrativa que
opera en los textos de Arreola donde cada animal sirve para representar una
característica humana, un giro en los enfoques habituales o una coartada
poética para conseguir una imagen deslumbrante: cada animal es pareja de otro
ser fantástico que es reflejo y abstracción: el rinoceronte es una ruina de lo
que fue un unicornio, el sapo es el espejo de nuestra fealdad, la jirafa es la
soberbia del espíritu. El autor de Bestiario
los convoca, como un novedoso Noe, a subirlos, en pares, al arca de su
escritura.
Aún cuando la primera edición en
1959 no agrupó las Aproximaciones y
el Bestiario, Arreola debió sentir
que este retrato del puerco faltaba a su listado animal pero respetando la
autoría de Claudel podría reunirlos en un mismo libro como lo hizo en posterior
edición.
El segundo texto que elige es “Octubre”.
No elige los poemas “Noviembre” ni “Diciembre” que también surgen de la pluma
de Claudel. Escoge “Octubre” y eso ya nos habla de la personalidad del Arreola
lector y traductor. Su carácter "otoñal" y no "invernal" por
decirlo de alguna manera, está presente desde la primera línea del texto:
C´est en vain que je vois les arbres
toujours verts.
En vano veo los árboles todavía verdes.
El verdor es vano cuando en la mente
del observador ya todo está seco. Ante cada paisaje, una frase ronda el texto,
contundente: C´en est fait! Todo está
consumado; pero esta consumación, este ocaso no es deplorable; es un dulce fin,
el término de un ciclo, más digno de celebración que de melancolía, es en
palabras de Arreola una respuesta amorosa.
Detengámonos en un hecho: las prosas
que va eligiendo Arreola de Claudel en
principio nos revelan lo que el autor mexicano gustaba del francés y
deseó compartir, pero también y de una manera mucho más íntima, nos muestran la
prosa donde el propio Arreola se veía reflejado. Ante la creencia de que cada
traductor debe desentenderse de su propia personalidad para poder serle fiel a
cualquier texto ajeno, encontramos que Arreola abandona su personalidad sólo
para reconocerse en Claudel como si el francés fuera un reflejo fidedigno. En tal
sentido comprendemos que Arreola no adopte con académica severidad el concepto
de la traducción y en cambio con afortunado tino se detenga en la palabra
aproximación: al traducir lo que Arreola hace es más aún: aproximarse a sí
mismo.
Las siguientes cuatro prosas
comparten de manera evidente y curiosa un elemento: el agua. Bástenos leer al
azar de “Disolución”:
De nuevo soy conducido sobre el mar indiferente y
líquido.
De “La Derivación”:
Que otros ríos lleven al mar ramas de encina y la
roja infusión de tierras ferruginosas...
De “Tristeza en el agua”:
No pienses en acusar de tu melancolía al nublado,
ni al velo de la llovizna oscura. Cierra tus ojos, escucha; la lluvia cae.
De “Pensamiento en el mar”:
El barco sigue su ruta entre las islas; en la
plenitud de la calma, el mar ha dejado de existir.
No sólo el agua, está el amor y en
consecuencia el desamor. Es la tristeza del amor que cobra imagen en la
tristeza del agua, estar a la deriva, saberse perdido, quererse morir teniendo
por cómplice al agua, diluirse en el mundo. La psicología moderna ha vinculado
tentativamente a los suicidios por agua como aquellos que motiva el desamor. Claudel elabora en la
mayoría de estas prosas una apología del desencanto:
Quand je serai mort, on ne me fera plus
souffrir
Cuando esté muerto ya nadie me hará sufrir
Apología que Arreola compartió. Pero
generalizar sería un grave error y no todo es líquido desencanto. Dos textos
más navegan por rumbos diferentes: “Libación por el día futuro” el cuál es un
exaltado poema a la aurora y un canto de esperanza en el porvenir.
Estoy en ella desnudo; al entrar desbordé su
plenitud y el agua saltó como una catarata.
El segundo es “La tierra vista desde
el mar” y es el sentir de un navegante
que mira la tierra con nostalgia y resignación. Cito las palabras de Claudel
traducidas por Arreola:
Venimos del horizonte y nuestro navío se enfrenta
al muelle del mundo.
La
tierra es más que el muelle del mundo, es el mundo y el mar es el limbo, el más
puro exilio. Nada vincula al navegante con la tierra firme excepto la mirada:
La separación es irremediable; estoy alejado de
todo, solamente la mirada me liga a las cosas.
La vista se convierte en el único recurso de la
aproximación. La vista que también es la lectura: el panorama que se convierte
en literatura. Así ve Arreola a Claudel y se aproxima a él. Así vemos nosotros
a Arreola desde Claudel como la tierra es vista desde el mar.
La distancia depende de la profundidad de la mirada.
Quiero
terminar utilizando estas dos últimas ideas para evocar la figura de autor de Varia Invención: el hombre cuya
literatura viene impregnada de irónica melancolía, hermosa e irremediable, y
consigue de su gusto por la vida tener fe en el día futuro, pero también el
hombre que supo entender la literatura como una suerte de aproximación entre
cada uno de nosotros y nuestra vida. La traducción que hacemos del mundo cada
día, donde no existen las distancias ni los encuentros o desencuentros como
fatalidades del destino sino, valga el símil, como palabras que armonizan o no
entre sí.
Juan José
Arreola nos demuestra que si somos vulnerables a la belleza y somos testimonio
de ella, puede suceder el mágico momento en que la Armonía nos elija por
montura.
Claudel.
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