Lara por Arreola:

lo real vive de lo imaginario






Agustín Lara, ¿quién es él? Juan José Arreola responde de muchas formas esa pregunta en el perfil biográfico titulado "Lara imaginario", y responde precisamente con imaginación. En tales páginas, Arreola se da a la tarea de retratar a un personaje ya famoso por quien siente un afecto que no acepta disimulo y, grandilocuente, hace y deshace varias veces la figura de Lara: describe con velocidad y agudeza su rostro; lo recuerda vestido de negro y blanco; lo equipara con el teclado de un piano y con la figura de un viejo paraguas. Arreola no busca para Lara el piropo fácil, mucho menos el insulto complejo; empeñado en recordarlo, a cada paso lo reinventa; lo imagina incluso disfrazado de Cyrano de Bergerac, más que nada por idealizarlo capaz de cometer, a la menor provocación, un gesto de romántica caballerosidad. Busca también reconocerlo por su infancia cuando cuenta la pobreza que Lara padeció y la contrastante mudanza a Coyoacán, donde trabó amistad con la aristocracia de aquel entonces.
Finalmente, como quien sintoniza una radio, Arreola localiza la frecuencia que le habla de Agustín Lara: sus canciones. Lo retrata cantando y tocando en el piano del burdel donde le habría de tasajear la cara una mujer celosa. Inmediatamente, Arreola (más rápido que la sangre que debió brotar de aquella herida) comprende que el sino de Lara fueron siempre las mujeres, y lo comprende recordando, a su vez, las palabras de Oliverio Toro sobre la sensualidad femenina y la búsqueda de La Mujer: del dolor que brindan y que a veces es lento veneno.
En tal punto del recuerdo de Arreola, su propia persona y la figura de Oliverio Toro desaparecen, dejando el lugar estelar a Agustín Lara: parroquiano de burdeles y enamorado de prostitutas –porque aquello era un amor que excedía por mucho a la simple, aunque poderosa lujuria. Es posible ver entonces al Agustín Lara que es prototipo de hombre y héroe de las mujeres. Pero semejante Lara es producto de la imaginación de Arreola y depende estrechamente de su voluntarioso biógrafo. Por ello lo imagina de pacífico conquistador que con canciones conquista España. Luego, viste de luces al cantor de hazañas taurinas y lo vuelve torero, pero de mujeres. Cínico promotor de la prostitución, Lara se revela, mediante Arreola, como uno de los primeros defensores de una causa femenina: de la fidelidad espiritual de las mujeres.
A partir de aquí, la figura de Agustín Lara se convierte, por momentos, en la coartada perfecta de Juan José Arreola para elaborar un ensayo sobre la importancia del amor de las mujeres, un ensayo en el cual aborda también a todos los hombres que en el fondo no rechazarían convertirse en prostitutos y reflexiona sobre la bondad y la maldad masculina.


¿Agustín Lara fue bueno o malo? Aquí no estoy para decirlo. Lo cierto es que fue un hombre real y de cuerpo entero.


Así escribe Arreola aun cuando su propuesta, desde el título de su texto, es el de evocar a un Lara tan personal que se torna imaginario: sin embargo, en este caso, como en las más acertadas biografías, lo real vive de lo imaginario y esto significa que a partir de que algo o alguien real (es decir: no sólo una persona, también un suceso verificable) pasa a través de nuestra memoria, se idealiza, pero no en el sentido de perfección, sino como una suerte de filtro mental que llega a percibir la más pura sustancia, el alma de aquello que nutre lo real: el Agustín Lara que Arreola mentaliza no es una mentira, no es un enfoque distorsionado; por el contrario, es un testimonio profundo. Arreola no se ha conformado con hablar de él como lo haría cualquier biógrafo bajo la lupa de lo histórico. Arreola nos explica a Agustín Lara; lo logra porque lo ha comprendido, y lo ha comprendido porque Arreola es como Lara, porque se identifica con él:


... sencillamente porque yo soy ese hombre: ese Alfredo de Musset, ese Agustín Lara que somos todos nosotros los entes masculinos frente a las mujeres...


Y aunque al final de esta frase involucra con él a todo el género masculino, su modestia lo orilla a eso. Quizá tal comentario no esté desprovisto de verdad y todos los hombres seamos un poco así de canallas, heroicos y sentimentales, pero Arreola lo es en tal medida que ha logrado penetrar en la esencia de Agustín Lara y ha extraído esa enseñanza: que él es Lara y de alguna manera todos somos potencialmente Lara.
Lo notable de este hallazgo es detenernos en el aspecto condicionante de que sólo podremos conocer profundamente, no a quienes más amamos, que por lo general son personas distintas a nosotros y en esa distinción encontramos un sentimiento de completitud, sino a aquellos con quienes más parecido a nosotros encontramos: en consecuencia, esto confiere gran relevancia al grado de conocimiento que tengamos sobre nuestra propia persona y, en ese sentido, la autobiografía es un proceso de escritura que nos enfrenta con nosotros mismos. Una vez teniendo un mayor conocimiento de su persona, el autobiógrafo logra ser el más certero biógrafo de otras personas. Entonces la pregunta de qué lo lleva a contar la vida de una persona y en qué medida se identifica con ella será inminente.
Lo que ha llevado a Juan José Arreola a evocar la memoria de Agustín Lara ha sido, más que admiración, una íntima y plena identificación con el compositor. El resultado: uno de los textos más entrañables y honestos, pero sobre todo certeros, que se hayan escrito sobre “El flaco de oro”.


Ensayo publicado en La Manzana, arte & psique número 29

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