Desperté de un sueño en el que jamás cerré los ojos: duró algunas horas y pude, en la analítica vigilia, distinguir su origen, cada una de sus fases entreverándose, y su abrupto final. No recuerdo colores ni argumentos coherentes; fue como pasar saliva o fruncir el ceño, pero supe que algo me había sido revelado en un código cuya clave aún debía averiguar.
Busqué un oráculo, pues tal mensaje debía ser sobre el futuro: solamente creyéndolo así pude hacer que resultara atractivo para mi memoria. Recordé al mayordomo, Betteredge, personaje de La Piedra Lunar que encuentra solución a todo problema en sus relecturas del Robinson Crusoe. Pensé que no era necesario ir demasiado lejos —porque hoy todo libro está distante— y que hasta en la cara interna del filtro de un cigarrillo podía encontrar una respuesta.
“El mensaje está inscrito en tu iris —me dije. Donde quiera que tú mires, respuesta has de encontrar, mil veces repetida, en cada parpadeo: favorable o no, sólo a tu destino le es propicia la cuita de suponer si decides proseguir donde te has querido detener.”
Tomé un libro al azar —ya había ido demasiado lejos— y lo abrí siguiendo las instrucciones que ignoran la existencia del azar. La solitaria página decía:
Serás como el pájaro que cae por querer volar demasiado pronto.
Luego, todo indiferencia, el oráculo enmudeció.
Ahora, como al principio, mi destino es una metáfora y yo seré el último en comprenderla. En ese destino las palabras cautela y cobardía se confunden, audacia e imprudencia se alternan en un crucigrama insoportable: En ese destino la misma palabra que me retiene es la que me libera. De nada vale descifrar un sueño si al momento la vigilia se codifica. De nada sirve conocer el futuro si el presente se convierte en un abismo insalvable. Cada oráculo es una ironía de la fe, y cada muestra de fe un mandato oracular.
Pero ahora sé que soy menos que antes, no sólo desconozco mi sueño, desconozco también mi persona: consultar un oráculo es diluir el ayer en pos del mañana. Me he convertido en el misterio que quise disipar. Sólo me queda un porvenir. Sólo me resta encontrar la señal, la boca, el lunar que me diga: Es demasiado pronto.
Hay un libro que sabe lo que voy a hacer.
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