FANTASMAS

“Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con la que los muertos superan a los vivos.” Esta afirmación de Arthur C. Clarke que pudiera ser un cálculo frívolo como suelen ser las estadísticas, es sin embargo, terrible. Si elaboráramos una lista con los nombres de treinta difuntos que creyéramos nos correspondieran y fueran un conjunto propio sin elementos de intersección, pocas personas lo conseguirían y ante esa imposibilidad sólo nos restaría imaginar e intuir a los fantasmas faltantes en esa treintena.

Imaginar e intuir es necesario cuando de fantasmas se trata: imaginar, pues la propia palabra fantasma significa imagen, aparición visual. Un fantasma no tiene olor ni es tangible, no tiene nada más que su imagen; ni nombre, ni voz; cuando se cuenta que un fantasma dijo tal o cual cosa pareciera tan extraño como si un vivo atravesara un muro, pareciera que el espectro perdiera su cualidad de aparición al hablar, recuperando de golpe todos los síntomas de la vida.

Los fantasmas son seres visuales, nos une a ellos la vista pero además la calidad de la luz, pues a pleno día es difícil sospechar un encuentro fantasmal; la penumbra del atardecer o la claridad nocturna parecerían más propicias. Es curioso como la cultura popular ha reunido en las ánimas dos símbolos tan disímiles y casi antagónicos como lo son alma y dinero. Donde se presenta un fantasma hay dinero oculto; lo más abstracto y de origen presumiblemente divino: el espíritu, es la bandera que anuncia el sitio de un tesoro, lo más material. Para esta clase de revelaciones se precisa de una persona elegida por el espectro; si alguien no predispuesto llegará a encontrar el dinero, tal riqueza se convertiría a carbón en sus manos.

Pero no todos son heraldos de fortuna o ruidosos espíritus chocarreros que penan sin aceptar su muerte. Son seres volátiles que sin embargo permanecen fijos en el tiempo; visiones que las miradas han deslavado; obstinados recuerdos que no precisan de una memoria para manifestarse: son imágenes y no es difícil imaginar a tres de ellos en el sofá, dos parados en la cocina, uno subiendo por la escalera, otro viendo la ropa en el closet, otro más bajo la regadera. Son treinta por persona, y uno debe ser buen anfitrión al otorgarles un espacio en casa. En la calle es distinto, pues resulta imposible evitar que se confundan entre un peatón y otro, sesenta seres imaginables.

Siendo seres sutiles, para creer en ellos no se precisa verlos, basta advertir sobre nosotros su impasible mirada.

No hay comentarios.:

Seguidores