MERETRIZ

Palabra que, en boca de pocos, califica a la mujer que ha estado en boca de muchos: cristalina y frágil, parece decirnos muy poco sobre el oficio más antiguo del mundo, pues en su origen latino sólo habla de la mujer que se gana la vida por sí misma: aunque muchas son las palabras afines que, pudorosamente inexactas, tocan el tema: prostituir sólo significa exponer en público, y lo promiscuo no es otra cosa que lo muy mezclado; como si el lenguaje prefiriera cumplir su misión comunicativa manteniéndose al margen de los actos de los hombres.

De niño confundía la palabra meretriz con institutriz y con actriz: hoy veo que el error no era tan grave. La institutriz pertenece a un instituto; la meretriz hace de la lujuria un negocio, luego un oficio, y finalmente una portentosa institución. La institutriz ejerce la docencia; en ninguna sociedad es extraño que sea una meretriz quien inicie al joven en la mecánica del sexo. La actriz encarna un nombre y un rol que no le pertenece, se imposta en un escenario y finge un acto dramático para deleite de terceros: la meretriz también oculta su verdadero nombre tras otro cualquiera. Su rol es ser nadie definido, su escenario es un cuarto de motel y su público es menos generoso. También es impostada, finge placer, y como la mejor actriz podría incluso fingir enamoramiento si el precio lo ameritara y lo estipulara el previo acuerdo. Todos los días Occidente nos recuerda: “El amor no se compra con dinero” y todos los días circula en el mercado negro una versión del amor que es desechable y pirata.

La lujuria no tiene rostro, es un festín de y para cuerpos. No tiene pasado ni futuro, es una ansiedad de inmediatez: las meretrices sí tienen pasado y futuro, rostro y nombre y edad: renuncian a eso que es su vida, para vivir otra que las ata invariablemente a un presente incesante; un instante que se repite una y otra y otra vez hasta siempre, en el movimiento perpetuo de la libido.

El Kamasutra, libro viejo como el placer, advierte a los amantes: “Cualquier postura resulta insatisfactoria cuando el beso es imposible”. Por esto las meretrices venden lo más caro que pueden cada beso, porque saben que los cuerpos se asemejan, se confunden, caducan: los labios no; en ellos hay fragmentos de un nombre verdadero, hay pedazos de edad, por ellos circula el pasado y el futuro, de ellos se sujeta el hilo del que pende lo último que desearían vender: el alma.

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