VEJEZ

No envejecemos, nos vamos convirtiendo en un mapa de difícil lectura, hecho de piel curtida en el cual las arrugas prefiguran bosques, sierras montañosas donde altura y precipicio se dan la mano, donde cada lunar es una isla, cada cicatriz un río, cada mancha un mar. Entonces es mentira que la vejez nos debilita hasta el llanto y no es tristeza la que precipita la lluvia, inunda las mejillas desérticas y blanquea las heladas cumbres de los pómulos: es el recuerdo de veranos pasados, de ajetreos que se secaron en otoño, de dientes que fueron rocas inamovibles y ya sólo son guijarros; es el afán que fuera exceso y hoy es una moderación que no retoña. Por eso es mentira que sufrimos, sólo se trastoca el clima que creímos invariable, y el frío se siente en las capas geológicas del hueso: la rotación se vuelve cada día más lenta, la traslación es casi imperceptible y los años tardan siglos en cumplirse. Luego no es cierto que enfermamos: por la noche, entre sueños, oímos los relampagueantes estruendos de un dolor que se aproxima; a veces tiembla de tos el pecho, o se nubla el pensamiento, y una abrumada mano busca urgente el interruptor del amanecer, busca el consuelo que dan las formas y los colores. Entonces es falso que perdamos los sentidos, si es la flor la que se vuelve inodora, y es la luz, que antes permitía ver, la que ahora ciega; es la lluvia la que al mojar ya no acaricia, sólo amenaza con borrarlo todo de un golpe, y son las novedades los elementos de un tedio interminable. Porque no olvidamos nada: los rostros son los que se desdibujan, los nombres los que se pierden en un rumor de insignificantes sonidos; son las fechas las que están cansadas de repetir sus monótonas efemérides, y finalmente desertan de la memoria. Es, pues, un error creer que nos preparamos para la muerte, cuando son ellos, los muertos, los que nos visitan cada atardecer, acostumbrándonos a su presencia cual luna llena; mudos y atentos, cariñosamente distantes. Concluyo, al fin, que no morimos; que esa gama innumerable de señalamientos geográficos y atmosféricos no desaparecen cuando el mapa se pulveriza, porque finalmente el río, la montaña, el clima; todo existía antes y por encima del mapa, aunque esté próximo el momento en que ni un alma habite ese planeta que fuimos a fuerza de respiros; ese planeta siempre obstinado, siempre demasiado joven.

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