CHIRIPA

La chiripa es una divinidad menor, un ángel caído que va por ahí derrochando favores. Sin duda cayó ignorante de quién ganó la primera batalla entre Dios y Lucifer, pues de Justicia Divina nada sabe: ignora que hay un cielo para los justos y un infierno esperando pecadores. Nada sospecha sobre el Juicio Final y la vida eterna; elabora sus propios juicios considerando la breve vida de cada individuo y alega despistadamente que cada hombre desdichado tiene derecho a ser feliz un momento y que cada ser dichoso no debe estar exento de momentáneas desgracias. Así la chiripa, con base en minucias, enjuicia y decide dónde y con quién se hará presente, genera premios y castigos repentinos y espectaculares que, así parezcan gratuitos, son merecidos sin duda.


Aproximada compensación como la que reza “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”, lo cierto es que la chiripa nada tiene que ver con el azar y sí con la justicia, una justicia abigarrada que modula nuestra vanidad: porque perder también es chiripa cuando lo más lógico hubiera sido ganar, y nada mejor que la derrota para recobrar la humildad perdida; así como hacer algo mágicamente bien, en un historial de torpezas, es el madero que salva del naufragio al autoestima: lo mismo falla un penalty un goleador mundialista, ante millones de espectadores que creen en su puntería; y, en cambio, anota un niño miope en una cancha llanera donde sólo se encuentra enfrente de otro niño que es portero invencible en su barrio. La chiripa, pues, es un ángel verde que repara sólo las emergencias de nuestra accidentada existencia: ocho carambolas al hilo subsanan una antigua humillación oral, un póker de reinas remedia cinco manos perdidas, la sonrisa de una muchacha que pasa, borra el susto de una mordedura de perro en la infancia.

La chiripa es un milagro pagano, un bien que no se anuncia como los largamente solicitados a un cielo o a un infierno burocratizados y saturados de solicitudes, ni pide más respuesta que la explosión inmediata del ánimo, ya sea llanto o carcajada, piropo o vituperio; porque una chiripa es una chispa que a unos ilumina y a otros encandila; porque en un mundo donde la dicha y la desgracia deben ser erigidos a pulso, que haya chiripa nos permite soñar —a todos, fieles y gentiles— con un destino chambón, o al menos permite dormir sin la culpa de haber trabajado por todo lo que hemos ganado.

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