NUBE

Las nubes aprendieron de las estrellas el arte de formar figuras, pero su carácter voluble les impide fijarlas más de un segundo. Con terquedad inefable, no cesan de mutar una forma en otra similar pero siempre inesperada: La figura de una lámpara se puede convertir en la de un martillo o en la de un barco, y éstas, a su vez, podrían parecer una mochila o una pistola o una cuna o un bastón... No sería extraño que alguien demeritara a las nubes comparándolas con una prueba de Rorschach donde el observador interpreta una mancha de tinta según lo dicte su creatividad o su esquizofrenia. Las nubes son demasiado precisas para eso, sus esculturas son breves pero colectivamente admirables: por accidente al principio, intencionalmente después, he fotografiado nubes que aún me muestran sus rostros atrapados. Contemplar nubes no es sólo mirar al cielo, se precisa de un prado tranquilo donde tumbarse y una persona al lado para que verifique nuestra cordura. A veces, las nubes configuran formas extrañas, inexplicables, formas que no existen en nuestro actual repertorio pero que indudablemente existieron o existirán: o quizá sólo sea una nube figurando ser una nube. Porque ellas no crean, repiten; son sabedoras de la historia del mundo y eventualmente se acuerdan de nosotros, como cuando nosotros nos acordamos de las hormigas.


Las nubes son árboles aéreos que igual multiplican sus ramas y entreveran sus diseños cual arabescos dibujados por Alá; igual son frondosas en un vaporoso verano y disminuidas en un otoño pluvial; su raíz es su sombra, que sólo suelen depositar sobre tierra y agua fértil; pues no dondequiera germina una nube.

Vivo convencido de que la secuencia en sus formas, lejos de ser arbitraria, es como la piedra de Rosetta que revela un nuevo y vasto lenguaje: si la figura de un guerrero montado y a galope, se convierte en el rostro de una anciana, algo significa: quizá debo leer “el guerreo se acobarda como anciana” o “el guerrero será sabio cuando venza sus ímpetus” o “la anciana recuerda a un guerrero que se marchó” o “toda agresión termina por serenarse” o “toda serenidad es un modo de la agresión”o...

Sé, además, que la conversación de las nubes no me implica ni corresponde; platican entre ellas mirando hacia abajo y proyectando sus pictogramas en el reflejo de algún lago: cuando intento traducir su discurso siento que intervengo una línea telefónica y que, imprudente, escucho asuntos ajenos: para colmo de mi triste modestia, descubro que ellas nunca me mencionan; a mí, que con tan sobrada frecuencia vivo entre las nubes.

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