Epílogo de "Apuntes para una novísima arquitectura", de Fernando de León, por Francisco González-Crussí



Es para mí un verdadero privilegio el haber estado en alguna forma –harto tenue, remota y aleatoria, es preciso decirlo– relacionado con la gestación de estos Apuntes para una novísima arquitectura de Fernando de León. Toda mi “participación”, tan dudosa que en estricta puridad no merece ni llamarse así, pudo haber consistido en reavivar un poco el interés del escritor por el tema del cuerpo humano, interés que, por otra parte, existía ya en él desde no poco tiempo atrás. Pero en el mundo no hay problema más difícil de desentrañar, que el de saber cómo se relacionan entre sí esos dos fenómenos que llamamos causa y efecto.
También pudo suceder que alguna página de mi autoría hubiera concitado un pensamiento, una inquietud, de entre la masa bullente de ideas larvadas en la mente del escritor. Pero con esto solo no habría obra; la obra se hace al momento de la ejecución. Así como el movimiento se demuestra andando, un libro se escribe escribiéndolo. Es decir, todo se decide y se define en el momento mismo de la “realización.” La calidad de un texto depende un poco de la inteligencia que la concibe, y un mucho de las múltiples decisiones que el autor va tomando, línea tras línea, a medida que va llevando a cabo su obra. Es así que el único y legítimo progenitor de los cuentos que aquí se leen es Fernando de León. En buena hora: añade el joven autor una obra más a una producción que seguramente va a ganarle un puesto de honor en las letras mexicanas.
Todo escritor, dice un lugar común, crea su propio mundo. ¿Pues qué clase de mundo es el de este escritor? Es, por supuesto, uno dispuesto de acuerdo con la pauta feliz de su invención. Especialmente feliz, porque la facultad creadora por antonomasia es la imaginación, y de ésta hace aquí un soberbio despliegue el cuentista. Veamos. Un hombre muerto es izado de su tumba, mediante cuerdas y poleas, y en seguida montado sobre una bicicleta, parado sobre patines de ruedas, y subido hasta su antiguo apartamento en un piso alto de un condominio. Y todo ello epilogado con un remate sorprendente que invita a la reflexión. O bien un hombre, que ya había fallecido, y había sido reducido a cenizas después de su cremación, tiene todavía la mala fortuna de ser víctima de un secuestro. ¡Para que luego se diga que los secuestros en México están bajo control!
¿Absurdo? Conviene recordar que lo “absurdo deliberado” es, como una vez escribió don Ramón Pérez de Ayala, “precisamente la perspectiva desde donde se abarca más por lo sintético la fatalidad absurda de lo cotidiano.” O sea, la trama de nuestra vida diaria revela aspectos inusitados y sorprendentes cuando se examina a través del lente de lo absurdo, como cualquier objeto trivial, cuando se examina al microscopio, muestra aspectos casi fabulosos, fascinantes, e insospechados.
Esto, sin contar con que la imaginación del verdadero artista es libre, pero no es anárquica: es libertad que se rige y se modula con sus propias leyes naturales. ¿Y qué si el cuento fuera fantasía pura, si no tuviera ningún correlato en el mundo real? La viabilidad de la creación artística no depende de su cotejo con las cosas del mundo de la realidad objetiva. Los méritos de la narración estriban en la fuerza de las imágenes, la belleza evocadora del lenguaje, y su capacidad de transportarnos en espíritu a un mundo diferente, triste o alegre, conmovedor o plácido, pero siempre interesante y por tanto vivificador y ajeno al prosaísmo terrenal.
No solo eso hace nuestro cuentista. A veces deja también colarse el amor sensual y morboso de una mujer leprosa, o el no menos morboso erotismo del anatomista que descubre, yaciente sobre la mesa de disecciones, el cadáver de la única mujer que supo brindarle ternura. Quienes sepan leer literatura en forma semejante a como se oye la música, oirán aquí esas notas disonantes y agudas, esas estridencias que logran hacer de algunas piezas algo impresionante y difícil de olvidar.
Por su inventiva, su agudeza, su humor, la fluencia de su lenguaje y su indiscutible originalidad, la narrativa de Fernando de León es de aquellas que pintan ensueños capaces de generar nuevos ensueños. Es decir, de aquellas que prometen durar mucho tiempo.
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Chicago, febrero de 2003.

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