MANSALVA

El origen de la audacia, la conquista, la seducción, pero también de la prepotencia y de la crueldad (es decir: el origen de la aventura) está en los actos cometidos a mansalva.

“Cada encuentro de dos seres en el mundo es un desgarrarse. Ven conmigo, conozco ese mal y estarás más segura que con ningún otro; porque yo hago el mal como todos lo hacen; pero a diferencia de los otros, mi mano es segura” Ha escrito Italo Calvino. Este es el discurso de Medardo, un personaje que se ha partido en dos separándose su lado bueno del malo: es la mitad perversa quien habla. Pero también la parte bondadosa del personaje hace el bien sin dudar, como si los titubeos y la tibieza de todo hombre provinieran de la eterna lucha moral entre lo correcto y lo que no lo es. De la violencia del hacer o no hacer surge el titubeo, la fuerza opuesta que anula la voluntad inicial. Pero en este personaje han sido separadas sus partes discordantes y desde ese momento ya no hay conflicto, la mano es segura: cada acto, para bien o para mal, es cometido a mansalva.

Los héroes de las leyendas siempre actúan a mansalva: cuando Orlando decide cruzar el mar, entra a las aguas en su montura y, una vez ahogado su caballo, sigue a nado; no piensa en el cansancio, en lo imposible de su meta. Cuando Hagen conoce el punto vulnerable de Sigfrid, no duda y dispara su flecha a mansalva, sin importarle nada más que vengar a su reina ultrajada. Sólo una mano segura salva o golpea, acaricia o abre fuego: Tal vez sólo los ángeles y los demonios operan a mansalva, porque en esta palabra no cabe la duda previa ni el arrepentimiento posterior. Porque actuar a mansalva no es el resultado de un vago impulso, es la posesión de una certeza.

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